
Comercio local de Beniaján: calles vacías y negocios en peligro de cierre
La vía pública sin tránsito de peatones es la pesadilla de todo comerciante
La vía pública sin tránsito de peatones es la pesadilla de todo comerciante. Si los vecinos no transitan por las calles, no hay venta en los locales físicos.
Hubo un tiempo en el que el pulso de la economía lo medía el comercio de barrio: si bajaban las ventas, es que la economía general no marchaba bien. Si las ventas se desplomaban… había que ponerse a temblar. Pero llegó Internet, y con él el comercio electrónico, una cosa de fantasía al principio, acogida con cierto escepticismo por quienes no sabían lo que se les venía encima, es decir, la mayoría de nosotros. Renovarse o morir es un hecho, no una frase motivacional.
Hoy el comercio físico, u «offline», como gustan decir los expertos en marketing, ya no mide el pulso de la economía general de ningún lugar, sea grande o pequeño. Y el comercio de Beniaján no iba a ser la excepción. Pero todos vemos, sin embargo, cómo el comercio de nuestro pueblo languidece, camino a una casi extinción, donde quedarán algunos vestigios de un tiempo de esplendor que ya no volverá. Porque, de momento, ninguna IA ni servicio de comercio electrónico puede cortarnos el pelo online, ni hacernos las uñas o arreglar el patinete eléctrico. Pero los sectores donde lo físico seguirá siendo necesario se acotan, e incluso en los antes citados ya se plantean otros modelos de negocio, con servicio a domicilio, que pueden marcar tendencia en el futuro.
No toda la culpa la tiene Internet y el comercio electrónico
No toda la culpa del declive del comercio presencial la tiene Internet y el comercio electrónico, que no dejan de ser herramientas u otra opción más de compra. Los ciudadanos, con nuestra actitud, tenemos la última palabra, y esta se decanta por una comodidad tal vez demasiado egoísta. Lo de «pan para hoy y hambre para mañana» es otro de esos dichos que jamás fallan.
Comprar a golpe de clic y a precios «más económicos» es goloso por la comodidad que nos ofrece. Pero rara vez leemos la letra pequeña, que, aunque no esté visible en ningún contrato, está ahí. Y tiene sus consecuencias. La primera es la deslocalización de la producción, como bien saben los vecinos de la ciudad de Elche, que vieron cómo su industria del calzado, número uno de España y posiblemente de Europa, se esfumó en apenas dos décadas, dejando un vacío imposible de llenar.
La segunda es el empobrecimiento de nuestras calles y barrios, privados del natural movimiento que caracteriza a las zonas de comercio. Porque ahora, cuando un comercio cierra sus puertas, es muy complicado que otro lo sustituya. Esto nos lleva a la tercera consecuencia: la pérdida del valor de los locales comerciales, que pasan a ser una suerte de fantasmas estáticos. Hoy en día, ser propietario de un local comercial en Beniaján es, para la mayoría, un dolor de cabeza más que una fuente de ingresos. Los gastos inherentes a la propiedad hay que sufragarlos igual, aunque esté el local vacío. Y esa pérdida de dinero, es decir, de un flujo monetario proveniente del cobro de los alquileres, nos afecta a todos, porque con menos circulante agravamos la situación.
El factor humano que dejamos de lado
Además, existe un componente de deshumanización cada vez que compramos a golpe de clic. Ya no miramos a la cara del vendedor, ni lo consideramos como a una persona, sino que tratamos con algoritmos, webs, fotografías del producto y su ficha técnica, formularios y pasarelas de pago. No hay un rostro visible que nos recuerde que una comunidad se hace con personas, no con el egoísmo de nuestra comodidad. Y tampoco existe la atención al cliente, porque ahora ya no somos clientes sino compradores, a veces con muy pocos derechos, o difíciles de exigir. En un informe sobre comercio electrónico que publicaremos próximamente, veremos el despropósito de un sistema que nos ha deshumanizado, para convertirnos en un correo electrónico y número de tarjeta de crédito. Hemos vendido nuestra alma al sistema.
Qué quedará cuando ya no quede nada
Esto nos lleva camino a una situación donde no habrá proximidad, y todo se caracterizará por la atención constante al dispositivo móvil, del que no nos despegamos ni para dormir. Y a calles más vacías, lo cual amplía el círculo pernicioso. Ello sin hablar de la tristeza que supone ver barrios enteros sin vida, desangelados, faltos de todo. Porque allí donde el comercio de barrio desaparece, aparece la decadencia. Ya no se le presta la misma atención a la limpieza viaria, a su mantenimiento, aunque en el caso de Beniaján no es necesario que desaparezca el comercio para que la incompetencia de quienes deben cuidar nuestras calles se haga patente.
Las autoridades tienen mucho que decir
Y aquí llegamos a un punto crucial, porque las autoridades tienen gran parte de culpa. ¿Dónde están las políticas activas para ayudar al pequeño comerciante? En Beniaján ha habido intentos serios de fomentar acciones que ayudasen a la promoción del comercio local, desechadas u obstaculizadas deliberadamente, a saber por qué. ¿Por qué no tiene Beniaján una asociación de comerciantes, por ejemplo? Habría que preguntar al alcalde pedáneo, último presidente de la que hubo y liquidador de la misma, en el sentido de que fue en su mandato cuando surgieron los problemas que llevaron a su desaparición. ¿Explicaciones? Desde luego, no las hubo con luz y taquígrafo, y son poquísimas las personas que saben la verdad de por qué COBE dejó de existir. Tampoco se apoyó desde la cúspide en la que habitan los «mandamases de la política» una iniciativa que se presentó para crear un mercadillo mensual en el pueblo, al estilo del que se celebra cada primer domingo de mes en la localidad de Bullas, que sin duda daría vida a Beniaján. ¿Lo sabe el pueblo? Y resulta más doloroso, si cabe, comprobar cómo, meses después de poner todos los palos posibles en la rueda de ese proyecto, se concedió la celebración de un mercadillo, el llamado Beniajancillo, a una persona ajena al pueblo, que ni se molestó en contactar con los comerciantes locales y, más sangrante aún, ni siquiera tenía, presuntamente, la documentación en regla necesaria para organizar nada.
La lista de agravios hacia vecinos del pueblo, comerciantes y no comerciantes, que han intentado y propuesto iniciativas que levantasen al menos el ánimo entre los comerciantes de Beniaján, es amplia.
La pregunta es si es demasiado tarde o aun hay tiempo de salvar al comercio local
Ahora, la pregunta del millón es si no será demasiado tarde para salvar al comercio local de Beniaján. La tendencia es muy mala. Pero se puede presentar batalla. La primera, con la creación de una nueva asociación de comerciantes, libre, apolítica y que solo mire por el bien de sus socios y socias, que también lo es de todos nosotros. La segunda la tenemos todos a nuestro alcance y solo depende de nuestra voluntad: confiar en nuestros vecinos, los comerciantes de toda la vida. Y la tercera es no resignarse a perder la alegría en nuestras calles. Si alguien cree que esto no es razón suficiente para intentarlo, tal vez sea hora de que se lo haga mirar.